Nikola Tesla acertó tantas veces y en tan diversos temas a lo largo de su vida que resulta sorprendente verle retractarse, por lo que este teslablog resulta peculiar. En efecto, sería mucho más sencillo (e infinitamente más tranquilizador) creer que nuestros sentidos captan la realidad tal y como es y que no hay posibilidad de engaño, pero en este problema gana sin duda la solución inquietante: lo que percibimos como realidad es una ilusión, una construcción mental del cerebro.
De modo que este texto responde a una única intención: demostrar al lector que su percepción de la realidad, esa nos parece indiscutible, puede discutirse hasta el cansancio.
“Tan seguro como que esta flor es blanca”
La luz visible, la que captan nuestros ojos, es solo una pequeña porción del espectro electromagnético, que incluye rayos gamma, rayos X, ultravioleta, visible, infrarrojo y radio. Nosotros solo detectamos la región del espectro que va de los 400 nanómetros (violeta) hasta los 700 nanómetros (rojo), y percibimos estas longitudes de onda como colores –los conos, unas células situadas en nuestra retina y que envían señales al cerebro a través del nervio óptico, son los responsables de que las reconozcamos como rojo, verde o azul–.
Es decir, los colores que observamos constituyen una recreación de nuestro cerebro a partir de la estimulación que la luz produce en nuestros conos (que están “programados” para interpretar los fotones más o menos energéticos como colores). En realidad, esos colores no existen. “Bueno, todos coincidimos en que los árboles son verdes”, pensarán algunos, buscando algo de objetividad en su visión de la realidad. Pues no: aproximadamente el 1,5% de los hombres y el 0,5% de las mujeres padecen daltonismo en algún grado, un trastorno relacionado con la carencia o con el mal funcionamiento de los conos. De modo que no, los árboles no son verdes para todos. En su libro “La isla de los ciegos al color”, que habla de dos pequeñas islas de Micronesia con una altísima tasa de ceguera al color, Oliver Sacks relata cómo un compañero suyo descubrió el daltonismo de su hijo: Eric, de cuatro años, exclamó emocionado: “¡Mira la hermosa hierba anaranjada!”. “No”, le dijo Bob, “no es anaranjada. Anaranjado es el color de una naranja”. “Sí”, insistió Eric, “es anaranjada como una naranja”. “Pero el daltonismo se debe a un defecto de los conos por lo que, quienes vemos los árboles verdes, estamos en lo correcto”, pensarán de nuevo quienes quieran aferrarse a su visión del mundo. Pues tampoco, porque hay animales que poseen una disposición de conos diferente e incluso, en cierto sentido, enriquecida con respecto a la nuestra. Observen estas flores:
La imagen de la izquierda corresponde a nuestra visión de ellas, limitada al rango óptico del espectro electromagnético, y la de la derecha a la visión de las abejas, dotadas de la capacidad de ver el ultravioleta. Las diferencias entre la “realidad” de nuestras flores y las de las abejas son abrumadoras… ahora, ¿qué versión es la “real”? ¿Ambas? ¿La nuestra (porque somos más grandes y estamos pensando sobre el tema)? Considerando que los colores de las flores no responden a nuestra necesidad de decorar habitaciones, sino que están diseñadas para atraer a los insectos polinizadores, parece factible pensar que las flores verdaderas son las de las abejas. Pero dejémoslo en un empate y pensemos, como sugiere Tesla, en la realidad de los delfines, que se basa sobre todo en el sonido y no, como en nuestro caso, en el sentido de la vista (aunque, por lo visto, también ven estupendamente http://www.dolphin-institute.org/resource_guide/dolphin_perception.htm ): su sistema de ecolocación les permite “ver” en aguas turbias o en oscuridad, e incluso pueden distinguir formas ocultas tras otras (por ejemplo, un pez escondido bajo la arena). Su realidad, sin duda, difiere de la nuestra pero, al igual que en nuestro caso, posee las capacidades adecuadas para desarrollarse en el medio en el que vive.
Gorilas invisibles (y muchas más cosas invisibles)
Pero volvamos a la percepción humana y veamos más ejemplos de su falibilidad. Tesla alude al experimento del gorila (http://www.theinvisiblegorilla.com/gorilla_experiment.html), un curioso estudio que demostró que gran parte de lo que ocurre a nuestro alrededor pasa desapercibido a nuestros sentidos –y, peor aún, que no teníamos ni idea de ello–. Se pidió a un grupo de individuos que observara un vídeo donde seis personas, tres vestidas de blanco y tres de negro, se pasaban una pelota, y se les pidió que contaran el número de pases del equipo blanco. La mayoría acertó en el número de pases, pero el 50% no fue capaz de apreciar que, durante el ejercicio, un gorila aparecía entre los jugadores, se golpeaba el pecho y desaparecía tras permanecer nueve segundos en pantalla (¡¡!!).
Hay numerosos ejemplos que evidencian nuestro déficit de atención, pero aquí van dos casos interesantes: The monkey business illusion (http://www.youtube.com/watch?v=IGQmdoK_ZfY) y Whodunnit? (http://www.youtube.com/watch?v=aXFMWgOs_88).
Nuestra capacidad de atención también se ve desafiada por una disciplina lúdica que últimamente ha generado interés entre los neurocientíficos: la magia. Susana Martínez-Conde y Stephen Macknik, dos investigadores del Instituto Neurológico Barrow (EEUU) han hallado en las habilidades de los magos una vía para profundizar nuestro modo de percibir la realidad http://blogs.scientificamerican.com/observations/2010/10/28/magic-and-sc... . Según Macknik, “nuestro cerebro construye nuestra experiencia de la realidad a partir de un conjunto de herramientas biofísicas verdaderamente imperfecto, lo que resulta en una gran simulación de todo a nuestro alrededor. Por ejemplo, tú tienes globos oculares de un megapíxel comparados con tu cámara de ocho megapíxeles”, señala. Así, mientras el mago consigue realizar con eficacia sus trucos –como quitar una moneda de la frente de alguien y que la persona crea que la sigue teniendo, robar su reloj y cambiar todo lo que tiene en los diferentes bolsillos–, los neurobiólogos buscan explicaciones a esos engaños en el funcionamiento de nuestro cerebro. Detrás de la sensación de tener la moneda en la frente se halla un fenómeno conocido como “sensory after image”, derivado de un proceso neuronal conocido como “adaptación” en el que una neurona disminuye su reacción a un estímulo cuando este no cambia. Y detrás del robo del reloj o del desorden en los bolsillos puede hallarse lo que se conoce como atención conjunta, una tendencia a centrar nuestra atención donde el resto lo hace debido a las “neuronas espejo”, que permiten ver lo que otros ven e incluso empatizar con lo que sienten (algo muy útil para actuar en situaciones de emergencia, pero menos si dirigen nuestra atención para robarnos la cartera). Incluso, han hallado tendencias concretas que nos hacen víctimas fáciles de un engaño: trabajando con el mago Apollo Robbins, apodado The Gentleman Thief, observaron que si el mago intenta distraer a su audiencia de lo que hace su mano izquierda con movimientos de la mano derecha, resulta más efectivo realizar movimientos curvos que rectos. Por lo visto, cuando solo hay dos puntos en un movimiento –como pasar de izquierda a derecha–, el ojo pasa rápidamente de uno a otro; sin embargo, si la mano del mago traza un arco, nuestra visión se centrará en esa curva, de modo que la posibilidad de despistarnos aumenta.
La ruina del “lo he visto con mis propios ojos”
Centrándonos en nuestros ojos, una pregunta: ¿podemos fiarnos de ellos? Según las investigaciones http://www.scientificamerican.com/article.cfm?id=brain-interprets-info-f... , nuestros globos oculares se fijan en un punto concreto por un periodo de entre un tercio y dos segundos, y entre un enfoque y otro dan vueltas durante cincuenta milisegundos, con lo que se produce una especie de ceguera momentánea. ¿Cómo se las arregla el cerebro para lograr una imagen coherente del mundo a partir de estas frenéticas cámaras de un megapíxel? Por lo visto, extrapolando los bordes de la imagen. El fenómeno, descubierto en 1989 y conocido como “extensión de bordes”, produce que nuestro cerebro procese la imagen extrapolando la información de los límites y ampliándola un poco. Como señalaba Helen Intraub, coautora de la investigación, “parece que el cerebro ya esté planeando en torno a los bordes, lo que puede ayudar a integrar los sucesivos enfoques del ojo”. Esto produce que, por ejemplo, si nos enseñan una fotografía de una casa con una bici y una valla y, a continuación, la misma foto con el campo de la imagen un poco más abierto (es decir, enseñando más valla), creamos que se trata de la misma imagen –en cambio, si nos enseñan la misma dos veces pensaremos que la segunda es un zoom con respecto a la primera. Como vemos, esa perfecta maquinaria de visión que creíamos tener en sobre nuestros pómulos se deja engañar con facilidad. Ahí están las innumerables ilusiones ópticas en las que caemos incluso cuando reconocemos que se trata de engaños, e incluso se celebra anualmente un concurso que premia las mejores ilusiones http://illusionoftheyear.com/ . De hecho, la expresión “lo he visto con mis propios ojos” no debería servir como garantía de fiabilidad. Hay estudios que muestran la facilidad con la que el cerebro puede crear falsas memorias (http://faculty.washington.edu/eloftus/Articles/sciam.htm), y existe un experimento que muestra nuestra ceguera, en algunos casos alarmante, ante determinados cambios http://www.youtube.com/watch?v=FWSxSQsspiQ . En el estudio un hombre le pide a un viandante indicaciones para llegar a una dirección; a mitad de la conversación, dos hombres cargando una puerta pasan entre ambos y uno de ellos sustituye al interlocutor. Increíblemente, en el 50% de los casos la persona que daba las indicaciones no reparó en que le habían dado el cambiazo.
Existen muchas más pruebas del carácter imperfecto de nuestro percepción –algunos dramáticos, como el trastorno de “miembro fantasma”, en el que una persona sufre dolor físico en un miembro que le falta–, pero esos engaños y aparentes inconexiones entre sentidos y cerebro no tienen por qué generarnos una sensación de fragilidad o frustración. Al fin y al cabo, el ser humano ha prosperado en entornos hostiles a lo largo de la historia, lo que demuestra que nuestra construcción de la realidad funciona. Aunque cada uno tenga la suya, claro.
***Agrademos a Xurxo Mariño su magnífica charla para la semana de la ciencia 2011, de la que hemos extraído las ideas para este teslablog.